Hoy les voy a contar
algo sobre la anestesiología. Especialidad últimamente megadifundida entre los
alumnos de medicina atraídos por la buena vida que les vaticina si se adentran
en ella, tiene como especímenes a varios personajes que voy a usar de modelo
para describir el prototipo de este especialista.
Hay dos tipos de
anestesistas. Los que se metieron a la profesión por la plata y los que lo
hicieron por amor al arte (y que de paso les deja guita). Son personalidades
completamente diferentes. Mientras que los segundos son personas del corriente,
sin un prototipo definido, los primeros son como calcados unos de otros. Y en
esos mismos me voy a enfocar hoy.
Los anestesistas de
este grupo son todos cancheros. El grado de cancherismo está asociado a dos
variables: a la edad y al grado jerárquico alcanzado, siendo inversamente
proporcional a la primera y directamente a la segunda. Esto es, cuanto más
jóvenes logren ser jefes, peor será. Están caracterizados dentro de la fauna médica
como los que mejor vida llevan y no tienen problema en echárselo en cara a los
demás. Aparecen en el hospital con un auto último modelo (el mejor de todo el
personal, seguramente) y todo el tiempo muestran su celular recién adquirido.
Son los únicos que llevan la notebook o el iPad a la guardia y suelen utilizarlos
para mostrar las fotos de sus viajes al exterior. Cuando hablan de dinero lo
minimizan, para ellos nada es caro:
“… Si llegas a ir a Londres, no podes
obviar Picadilly Circus, es fenomenal. Aparte es reee barato. Yo estuve ahí en
julio… a ver… no, espera, fue en abril. En julio estuve en Roma, que tonto!...”
Y uno se los queda
mirando como diciendo, porqué no te volves a Villa Tessei de donde sos,
perejil. Las cucarachas resucitadas son así. Tienen esa cosa de chetismo
fingido que no se lo cree nadie.
Ese alarde que hacen
del dinero lo usan esencialmente para mostrarse. Les encanta que los demás
sepan que son exitosos, alimenta su ego. De hecho, muy pocos médicos de otras
especialidades tienen tanto ego como los anestesistas (casi empatados con los
cirujanos). La guita los hace sentir más seguros de sí mismos y los sube a una
plataforma invisible desde donde les hablan a los demás. Ellos están siempre
ahí arriba, sobre su podio tapizado por la cara de Franklin.
Y es su ego el que
los hace intolerantes. Como ellos son los mejores y todo esta en segundo lugar
viven desmereciendo al resto:
-
“…El otro día operamos a una goorda horrible,
que hija de puta, no se puede ser tan fea en la vida…”
-
“…No sabes el putaso de novela que
vino ayer…”
-
“…Ay, en el hospital tengo que
atender a cada uno, son más ignorantes!!...”
Dentro de lo que aman
esta la guita y dentro de lo que odian, están los pacientes. Los principales
motores que incentivan a una persona a convertirse en anestesista son dos:
hacerse rico y no tener la necesidad de
hablar con ningún enfermo. Odian el contacto con el paciente. Tratan de
evitarlos hasta último momento y solo se limitan a preguntar las dos o tres cosas
estrictamente necesarias para poder hacer su trabajo correctamente.
1)
¿Sos alérgico a algo?
2)
¿Te operaron alguna vez?
3)
¿Que medicación tomas?
No quieren que el
paciente se explaye y pretenden que solo se limite a responder lo preguntado
con monosílabos.
Los que trabajan en
hospitales públicos (generalmente porque aspiran a ser jefes para que les de
currículum) no soportan el contacto con los “negros”. De hecho, compensan esta
situación trabajando además en una clínica top como Arcos o Trinidad.
En lo que respecta a
su trabajo, tampoco la pasan mal. Si bien cuando se complica un procedimiento
anestésico bailan bastante, en general, su
rutina en el quirófano se limita a sentarse y mirar películas en su
notebook o a piropear a la instrumentadora. Basta solo con mirar el monitor
cada tanto para ver si el cristiano que yace en la camilla cuasi muerto sigue
todavía vivo, y la labor estará cumplida.
Se llevan bien con el
resto de los médicos que tienen especialidades quirúrgicas. Entre sus “mejores amigos”
de la fauna están los cirujanos generales y los traumatólogos. Odian a los
clínicos y están todo el tiempo desmereciendo su trabajo:
- “… Yo no entiendo como pueden estar
todo el día atendiendo viejos…”
- “…Dejate de joder, van de aca para allá
buscando el cultivo del pis, de la
caca…”
Además los tildan de
ignorantes, dicen que no saben nada.
Pero no es la
residencia la que los transforma. Ellos ya son así desde sus inicios como
estudiantes. Son los típicos buenos alumnos, promedio 9.20 que asumen que eso
es “normal” y esperable para cualquiera. En el fondo saben que no es así, pero
con esta actitud desmerecen a los demás. Es común escucharlos decir:
-
“Ay, quien puede ser tan tonto de
aplazar. Tampoco es que una ciencia, no?”
Y el que aplazó se lo
quiere comer crudo. Estas buenas calificaciones son las que les permiten
ingresar a esta especialidad tan bien regulada, con tan pocos puestos y tan
competitiva por las razones que ya se imaginarán. El transcurrir por la
residencia los pone a punto caramelo, los termina de “madurar” y los larga a la
vida a que demuestren a los “otros” lo que es ser exitoso.
En fin, arrogantes,
superficiales y poco médicos en el sentido profundo de la palabra no hacen más
que generarme rechazo. Pero hay que aceptar que son un mal necesario, de los
cuernos y del cuchillo no se salva nadie!
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