domingo, 15 de diciembre de 2013

Y CONTINUAMOS CON LOS TRAMITES...

Hola a todos! Hace mucho que no escribo en este Blog pero quiero intentar retomar desde la última entrada en la que les conté acerca del periplo que fue conseguir el bendito certificado de título en trámite.
Como buen estudiante de Medicina de la UBA uno sabe que lo peor no es lo que pasó sino lo que está por venir. Sabes que hay mucho trámites por hacer pero no sabes ni como ni cuando ni de que forma hacerlos. No hay un manual o instructivo escrito que te lo explique pero de alguna forma lo vas aprendiendo día a día y del boca en boca.

En este punto te encontras en tu casa con el papel que dice que sos un proyecto de médico y con la felicidad del día que te lo dieron medio borrada porque sabes que nuevamente te tenes que embarcar en un mundo de tramiteríos. Y es que a partir de ahora los trámites de multiplican. Por un lado tenes que terminar de tramitar tu título, jurar y sacar la matrícula. Y por otro lado tenes que hacer lo concernierte a inscribirte en el exámen de residencia y rendirlo lo suficientemente bien como para quedar en un puesto decente y agarrar algo. Claro está que las largas filas que te esperan las vas a hacer con pila de apuntes tratando de aprovechar minuto a minuto los pocos días que te separan del exámen y todo esto en un ambiente de psicodelia medicalística generado por las otras miles de almas en tu misma situación.

En fin, hablando del título en sí mismo llegamos a un punto en que vendimos nuestra alma a la UBA y no queda más que sentarnos a esperar y rezar. No podemos hacer nada más por nuestra cuenta, ya entregamos toda la documentación necesaria, ya hicimos todas las colas que hacían falta y ahora solo nos resta esperar mientras miramos el camino que recorre nuestro trámite a través de Internet, ¿Que tul? ¿Creían que en la UBA éramos cavernícolas? ¿Qué la informática no nos había llegado aún? Bueno, les cuento que no es así. Al mejor estilo de las Unis privadas, podemos seguir el trámite de nuestro título por la interné. Podemos ver como todos esos papeles que entregamos previamente vuelven nuevamente al CBC  para ser rechequeados por vigesimaoctava vez. Vamos siguiendo a la flechita roja en su camino por los distintos pasos… “Confección de su diploma”… “Verificación por el períto calígrafo”…. “Pase a Rectorado”… hasta que finalmente llega al Ministerio de Educación que es la última fase del recorrido. Cuando este finalmente lo devuelve a la facultad nos aparece una inscripción que dice “diploma terminado” y es en ese momento que ya estamos aptos para ir a la facultad y pedir la fecha de jura pública, es decir, anotarnos para el acto en la cual nos entregaran ese hermoso papel que tanto esfuerzo nos costó conseguir.

Imagínense la ansiedad a medida que vemos que los días pasan y pasan y  ni noticias de llegar al final del trámite. Le preguntamos a nuestros compañeros y todos están en la misma. Vemos la flecha roja detenida siempre en el mismo lugar y titilando. Titila, titila, no para un segundo pero la muy puta no se mueve. La tecla F5 de la computadora a punto de hacernos huelga. Y ni te cuento si alguno ya paso de nivel y uno se quedó estancado en el mismo paso. Ya te empezas a hacer la cabeza: “no voy a llegar, no voy a llegar”. El nivel de psicosis crece día a día porque además se suma que el examen de acerca. La sensación de sentir que no sabes nada y que además no vas a poder rendir si la facultad no acelera los tramites es indescriptible.

Mientras esperamos que la flecha roja avance y estudiamos para los exámenes, vamos haciendo todo lo concerniente a la residencia. Y para eso nos tenemos que armar de mucha paciencia. Normalmente un recién graduado rinde varios exámenes como para aumentar sus chances de conseguir algún lugar para trabajar. Lo más frecuente es rendir el examen de Municipalidad (o muni, con cariño), que engloba a los hospitales públicos y universitarios de la Ciudad de Buenos Aires, el exámen de Provincia, que abarca los hospitales públicos de toda la provincia de Buenos Aires y los exámenes de los hospitales privados. Cada uno de estos últimos tiene el propio y son, por supuesto, arancelados.

Para anotarnos a dichos exámenes debemos primero juntar toda la documentación necesaria. El papelucho que dice que tenemos el título en trámite es ahora nuestro segundo DNI y nos será requerido para la inscripción en varios de estos lugares. Por supuesto necesitaremos el promedio legalizado, certificado de ayudantías si es que lo tenemos, currículum, hojas de inscripción, y plata. Cada examen cuesta aproximadamente $200, por lo que si vamos a rendir 5 exámenes privados necesitaremos nada más y nada menos que $1000. Fíjense la locura de este país que los médicos tenemos que pagar para rendir un examen que representa una prueba para ver si nos toman o no en un trabajo. Pagamos para demostrar nuestras aptitudes a través de un examen para ver si deciden tomarnos o no en un trabajo. De más está decir que el examen no lo es todo, y que si lo aprobamos, pasamos a una entrevista donde nunca falta el arreglo y la selección a dedo. Aunque incomprobable vemos como milagrosamente alguien que quedo en el puesto 25 queda primero en el ranking luego de una maravillosa entrevista. Pero más patético que esto es lo que gana un Residente de primer año en estos hospitales privados. Los sueldos rondan los $4500 a $6000. Se conoce el horario de entrada (7 o 7.30 para las especialidades clínicas y 5 de la mañana para las quirúrgicas) pero no el de salida. Pueden ser las 7 de la tarde, las 8, las 9, las 10. Nadie lo sabe y uno se termina yendo cuando el trabajo se termina. A eso hay que sumarle entre 8 y 12 guardias mensuales de 24 hs. O sea que si entramos a la 7 de la mañana del martes y ese día nos toca guardia, saldremos a las 8 o 9 de la noche del miércoles.

Y finalmente llega el día en que la flecha roja llega a su destino, el día en que haces tu última cola para pedir fecha de jura y el día en que te reunís con todos tus seres queridos a recibir tu diploma. Es tal la felicidad que te invade en ese momento que no hay manera de describirlo. Todo el que estudió una carrera sabe de lo que hablo. Años de esfuerzo se resumen en ese acto, en ese último discurso, en ese himno que suena y en esa mirada a tus amigos y a tu familia. Y para culminarlo, la UBA te pone carrozas de fuego al final.

En fin, sea como sea encontras la manera de anotarte a los exámenes, rendirlos, jurar y tramitar tu matrícula, todo en tiempo y forma y por supuesto a costa de una gran carga de estrés. Es el primer paso de un largo camino que es convertirse en especialista.

domingo, 28 de abril de 2013

MARCHE UN CLONAZEPAM


Sé que en alguna entrada previa me he desquitado con nuestros profesionales de la salud mental. Esos profesionales que intentan acomodarnos las ideas con palabras o pastillas son seres dotados de una paciencia inigualable. Ya definidos de niños para ser o bien locólogos o bien profesores de yoga, se destacan del resto de los profesionales de la salud por la parsimonia que los caracteriza. Esa quietud es su principal rasgo y es fundamental para llevar a cabo su rutina laboral diaria. Es que el trato con gente loca exige tranquilidad. Pero ojo, no confundamos tranquilidad con cordura, ¿Quién dijo que los psiquiatras son gente con  la mente sana? Pero de eso les voy a hablar en un rato, primero lo primero: hablemos de su forma de ser.

Si tuviéramos que compararlos con una personalidad antagónica, elegiríamos la del terapista o el emergentólogo. Esa gente no nació para hablar y solo le interesa pasar a la acción. Para ellos no hay grises ni puntos intermedios, el tubo endotraqueal está bien colocado o no, el bicarbonato está bajo o alto, el paciente está o no en falla renal. El 90% de los enfermos que atienden son incapaces de emitir palabra y eso en algún punto los alivia. No hay nada que toleren menos que charlar. Por eso el momento que más aborrecen del día es cuando tienen que dar el comunicado a los familiares.

Pero remitiéndonos a la forma de ser de un locólogo, quien lo conoce antes de serlo sabe de lo que le hablo, ya que el rasgo lo traen de antemano. Podemos identificar dos grandes subgrupos dentro de la especialidad. El primero, al que llamaremos subtipo 1, y que representa aproximadamente el 95% de la masa psiquiatril, es un subgrupo “pasivo-sosegado”. Son profesionales que se caracterizan por una parsimonia inquietante. Sin importar a lo que se enfrenten, todo lo toman con calma y nada los alborota. Algunos más amantes de la palabra, otros más amantes de las pastis pero todos con el reposo emocional que los define. El otro subgrupo, el tipo 2, que representa el 5% restante, es el de los “activos-inquietos”. Estos, en cambio, no median palabra y les encanta planchar al paciente. Son los mejores para tratar intentos de suicido y otros episodios agudos, pero odian a quien está internado. Son “terapistas” frustrados, tienen su personalidad pero nunca entendieron medio interno.

Como es de esperar se complementan y lo ideal es tener a ambos en un mismo servicio. Imagínense un subtipo 1 abordando a un paciente con una sobredosis de cocaína y completamente excitado:

Paciente: -Ehhh loco, sacame de acá, te voy a matar hijo de putaaaaa!
Psiquiatra: -Estas fuera de tus límites y así no te puedo ayudar. Por favor, tranquilízate así podemos abordar tu problema de manera eficaz y nos beneficiamos los dos,  ¿Te parece?


Pero una de las cosas que más me saca de quicio es su lentitud. Para conversar con un psiquiatra hay que tener mucha paciencia y un muy buen oído. Y  no lo digo en sentido figurado, sino en sentido orgánico, hablan tan bajito que si venís de tener auriculares puestos cagaste porque no los escuchas. Crean un ambiente de quietud y tiene una capacidad somnífera digna de admiración. Y dejan baches. Baches que son irremontables e incomodan a cualquiera. En esos baches su complicada mente elabora las ideas próximas a transmitir que, evitando el camino más corto y directo, dan toda la vuelta, van y vienen y 30 minutos después alcanzan el punto. Un psiquiatra hace lo simple complicado y confunde al simple mortal que intenta comprender la idea que quieren transmitirnos.

Cuando se hacen viejos empeoran y deterioran a los más jóvenes. Es de esperar, ya que los más viejos son los jefes. Adquieren y suman a lo descripto anteriormente la característica de alternar temas completamente disímiles entre sí y sin ningún sentido. Para ejemplificarles lo que les cuento, voy a usar como modelo a la jefa del servicio de psiquiatría de un hospital bonaerense:

-          Y el que es violento es enfermo, es psicótico. Así como la que se deja violentar, es enferma, es psicótica. Una vez, atendí a una enferma que logró escapar del círculo de la violencia, pero retornó al tiempo y encontró la muerte. ¿Qué mierda fue a buscar? ¿¡Qué mierda fue a buscar!? Fue a buscar la locura, el origen de su enfermedad. Igual que en una dictadura.

Y con el tiempo, se olvidan de las cosas:

-          Chicos, en un rato vamos a ir a ver juntos un  paciente
-          Bueno

(Pasan 10 minutos)

-          Nos vemos mañana chicos.
-          Bueno

Nuestra respuesta siempre la misma e inmutable, por miedo a desencadenar alguna reacción inesperada en la psiquiatra jerarca.

Siendo como son, nos ayudan a sobrellevar los momentos más duros de nuestra vida personal. ¡Por las dudas nunca cambien!

Y SE TERMINA LA CARRERA...


Ya hace tiempo que no comparto nada con ustedes en el Blog. Admito que anduve medio desaparecido. Es que la libido por la escritura se activa por períodos y las ganas de escribir van y vienen.
Pero la verdadera razón que me mantuvo alejado de escribir este libro cibernético de vivencias fue la que les voy a contar en esta ocasión. Resulta que me embarqué en una de las aventuras más grandes de mi vida. Una de esas aventuras llena de misterios, desencuentros, alegrías y tristezas. Les adelanto que ni hice un viaje soñado ni tampoco conocí al amor de mi vida, nada más y nada menos comencé a tramitar mi título.

Ahora les pido que se abstraigan y se transporten imaginándose el peor trámite que alguna vez hayan tenido que hacer. Imagínense horas de cola en un banco, gritos a una empleada de ANSES, largas esperas en la línea de personal escuchando su música y aguardando una voz humana que los atienda. Ahora, para que se den una idea de lo que es tramitar el título de médico en la Universidad de Buenos Aires, multipliquen esa sensación por 100.

Pero si les voy a contar, se los voy a contar bien, asique empiezo desde el principio. Todo comenzó unos meses atrás cuando aún estaba viviendo en el limbo del IAR. Ya a partir de ese momento, uno tiene que comenzar a reunir la documentación necesaria para iniciar el largo y tedioso camino que finalmente te convierte en galeno. Y una primera premisa que tenemos que conocer de la UBA es la siguiente: Le gusta ser reiterativa. Nunca jamás subestimen una documentación ni piensen que nunca más puede ser solicitada. El hecho que ya hayamos entregado un papel hace 5 o 6 años, no implica que el mismo no pueda sernos requerido nuevamente.

La segunda premisa es: Toda documentación debe estar legalizada por el departamento de legalizaciones de la UBA. Suena lógico, la universidad debe asegurarse que los mismos no han sido falsificados. Así que ya les digo, todo lo pasan por Uriburu (como se encuentra sobre esa calle, así lo llamamos nosotros). Analítico del secundario… a Uriburu, certificado del CBC… a Uriburu, certificado de título en trámite… a Uriburu, espermograma... a Uriburu.
Lo primero que hacemos es acercar toda la documentación a la facultad para que empiece a ser chequeada. La universidad realiza en forma periódica censos internos para evaluar la cantidad de docentes y alumnos. Y acá viene la tercera premisa: NUNCA SE OLVIDEN DE PRESENTAR UN CENSO. Censo general, censo del IAR, censo de rematriculación, llévenlos todos SIEMPRE. Si sumamos la premisa 1 y la premisa 3, nos daremos cuenta que nos serán requeridos un mínimo de 3 o 4 veces, asique imprimimos varios de una vez y nos ahorramos futuros dolores de cabeza.

Pasan varios meses y llega el momento de rendir nuestro examen final: el examen del IAR. Nos reunimos todos en el aula magna de la facultad, listos para rendir el último choice de la carrera y pisarla por última vez como alumnos. Lo rendimos, lo aprobamos y somos felices, al menos por unos días. El fervor de la felicidad se interrumpirá una semana después, cuando ya estemos listos para obtener nuestro certificado de título en trámite. Ese papelucho es el que nos va a servir para inscribirnos en los exámenes de residencia que, si todo sale como lo esperado, nos proporcionaran una fuente de trabajo los próximos 4 o 5 años y nos darán la especialidad a la cual nos dedicaremos durante el resto de nuestras vidas. Todo eso se resume en ese papel… ese papel define el destino de nuestro próximo lustro. Todo debe hacerse rápido y sin contratiempos, el tiempo nos corre de cerca y sabemos que si tenemos viento a favor el diploma estará listo en 2 meses y medio, bien cerquita del momento de ingreso a las residencias, para las cuales necesitaremos naturalmente estar matriculados.

Llega el día, 500 personas en el interior del edificio de Paraguay 2155, sede de la facultad de Medicina, esperando. Esperar, es lo que haremos durante todo ese día. Esperar a que abra una ventanilla y luego la siguiente. Solicitar un comprobante que nos habilite a sellar otro, el cual nos permita pagar un tercero, para presentar un cuarto, que nos dará el quinto y así sucesivamente. Hordas de personas desplazándose en masa, todos haciendo lo mismo. No importa si no sabes los pasos, que de por sí muy complicados son, basta solo con seguir a la masa humana. Ellos te guiarán a conseguir ese papel que representa el comienzo de tu vida médica.

Finalmente, llega la última hora y ya tenes en tu poder el enésimo comprobante que es el que te permitirá obtener el preciado certificado de título en trámite. La masa se hace más grande. La masa se agolpa y espera. Se abre una puerta y sale de ella una empleada pública gritando, “Entreguen la documentacióooooooon”. En el intento en vano de atravesar la multitud, el esfuerzo se agota y se opta por lo más sencillo pero a la vez más arriesgado: pasarle tus documentos al de al lado para que ese haga lo haga con el siguiente y asi sucesivamente, y verlo alejarse de manera irreversible. Y es en ese momento que se te paraliza el corazón y una gota fría te recorre las sienes, viendo a tu documento y al enésimo comprobante sobrevolar una inmensidad de manos perdiéndose en el horizonte. Si se pierde, si se cae, si se estruja ¿Qué puede ocurrir? Mejor es no saberlo. Pobre al cristiano que eso le ocurra.

Transcurridos unos 30 minutos, la misma voz calla a la masa de un grito y comienza a enunciar nombres. Esos nombres son los de los afortunados que momentos después tendrán en sus manos su certificado. Como es de esperar, el mismo recorre en sentido inverso las manos de esa multitud para llegar a las propias y dibujarnos una sonrisa que nos quedará grabada por el resto del día. Eso significa dos cosas, la documentación que entregué no se perdió y tengo un certificado que dice que mi título está próximo a ser “fabricado”. Gritos de alegría y abrazos en ese momento cúlmine del día. Por supuesto que no termina ahí y siguiendo la premisa número 2 hay que ir a legalizarlo a Uriburu. Pero ya, la felicidad, no nos la quita nadie.