Ya hace tiempo que no comparto nada con ustedes en el Blog.
Admito que anduve medio desaparecido. Es que la libido por la escritura se activa por
períodos y las ganas de escribir van y vienen.
Pero la verdadera razón que me mantuvo alejado de escribir
este libro cibernético de vivencias fue la que les voy a contar en esta ocasión.
Resulta que me embarqué en una de las aventuras más grandes de mi vida. Una de
esas aventuras llena de misterios, desencuentros, alegrías y tristezas. Les
adelanto que ni hice un viaje soñado ni tampoco conocí al amor de mi
vida, nada más y nada menos comencé a tramitar mi título.
Ahora les pido que se abstraigan y se transporten
imaginándose el peor trámite que alguna vez hayan tenido que hacer. Imagínense
horas de cola en un banco, gritos a una empleada de ANSES, largas esperas en la
línea de personal escuchando su música y aguardando una voz humana que los atienda. Ahora, para que se
den una idea de lo que es tramitar el título de médico en la Universidad de
Buenos Aires, multipliquen esa sensación por 100.
Pero si les voy a contar, se los voy a contar bien, asique
empiezo desde el principio. Todo comenzó unos meses atrás cuando aún estaba
viviendo en el limbo del IAR. Ya a partir de ese momento, uno tiene que
comenzar a reunir la documentación necesaria para iniciar el largo y tedioso
camino que finalmente te convierte en galeno. Y una primera premisa que tenemos que conocer
de la UBA es la siguiente: Le gusta ser reiterativa. Nunca jamás subestimen una
documentación ni piensen que nunca más puede ser solicitada. El hecho que ya
hayamos entregado un papel hace 5 o 6 años, no implica que el mismo no pueda
sernos requerido nuevamente.
La segunda premisa es: Toda documentación debe estar
legalizada por el departamento de legalizaciones de la UBA. Suena lógico, la
universidad debe asegurarse que los mismos no han sido falsificados. Así que ya
les digo, todo lo pasan por Uriburu (como se encuentra sobre esa calle, así lo
llamamos nosotros). Analítico del secundario… a Uriburu, certificado del CBC… a
Uriburu, certificado de título en trámite… a Uriburu, espermograma... a Uriburu.
Lo primero que hacemos es acercar toda la documentación a la
facultad para que empiece a ser chequeada. La universidad realiza en forma
periódica censos internos para evaluar la cantidad de docentes y alumnos. Y acá
viene la tercera premisa: NUNCA SE OLVIDEN DE PRESENTAR UN CENSO. Censo
general, censo del IAR, censo de rematriculación, llévenlos todos SIEMPRE. Si
sumamos la premisa 1 y la premisa 3, nos daremos cuenta que nos serán
requeridos un mínimo de 3 o 4 veces, asique imprimimos varios de una vez y nos
ahorramos futuros dolores de cabeza.
Pasan varios meses y llega el momento de rendir nuestro examen
final: el examen del IAR. Nos reunimos todos en el aula magna de la facultad,
listos para rendir el último choice de la carrera y pisarla por última vez como
alumnos. Lo rendimos, lo aprobamos y somos felices, al menos por unos días. El
fervor de la felicidad se interrumpirá una semana después, cuando ya estemos
listos para obtener nuestro certificado de título en trámite. Ese papelucho es
el que nos va a servir para inscribirnos en los exámenes de residencia que, si
todo sale como lo esperado, nos proporcionaran una fuente de trabajo los
próximos 4 o 5 años y nos darán la especialidad a la cual nos dedicaremos
durante el resto de nuestras vidas. Todo eso se resume en ese papel… ese papel
define el destino de nuestro próximo lustro. Todo debe hacerse rápido y sin
contratiempos, el tiempo nos corre de cerca y sabemos que si tenemos viento a
favor el diploma estará listo en 2 meses y medio, bien cerquita del momento de
ingreso a las residencias, para las cuales necesitaremos naturalmente estar
matriculados.
Llega el día, 500 personas en el interior del edificio de
Paraguay 2155, sede de la facultad de Medicina, esperando. Esperar, es lo que
haremos durante todo ese día. Esperar a que abra una ventanilla y luego la
siguiente. Solicitar un comprobante que nos habilite a sellar otro, el cual nos
permita pagar un tercero, para presentar un cuarto, que nos dará el quinto y así
sucesivamente. Hordas de personas desplazándose en masa, todos haciendo lo
mismo. No importa si no sabes los pasos, que de por sí muy complicados son,
basta solo con seguir a la masa humana. Ellos te guiarán a conseguir ese papel
que representa el comienzo de tu vida médica.
Finalmente, llega la última hora y ya tenes en tu
poder el enésimo comprobante que es el que te permitirá obtener el preciado certificado
de título en trámite. La masa se hace más grande. La masa se agolpa y espera.
Se abre una puerta y sale de ella una empleada pública gritando, “Entreguen la
documentacióooooooon”. En el intento en vano de atravesar la multitud, el
esfuerzo se agota y se opta por lo más sencillo pero a la vez más arriesgado: pasarle tus documentos al de al lado para que ese haga lo haga con el siguiente y asi sucesivamente, y verlo alejarse de manera irreversible. Y es en ese momento
que se te paraliza el corazón y una gota fría te recorre las sienes, viendo a
tu documento y al enésimo comprobante sobrevolar una inmensidad de manos
perdiéndose en el horizonte. Si se pierde, si se cae, si se estruja ¿Qué
puede ocurrir? Mejor es no saberlo. Pobre al cristiano que eso le ocurra.
Transcurridos unos 30 minutos, la misma voz calla a la masa
de un grito y comienza a enunciar nombres. Esos nombres son los de los
afortunados que momentos después tendrán en sus manos su certificado. Como es
de esperar, el mismo recorre en sentido inverso las manos de esa multitud para
llegar a las propias y dibujarnos una sonrisa que nos quedará grabada por el
resto del día. Eso significa dos cosas, la documentación que entregué no se
perdió y tengo un certificado que dice que mi título está próximo a ser “fabricado”.
Gritos de alegría y abrazos en ese momento cúlmine del día. Por supuesto que no termina ahí y siguiendo la premisa número 2 hay que ir a legalizarlo a
Uriburu. Pero ya, la felicidad, no nos la quita nadie.
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