Como les contaba en un post anterior, mi
rotación por el servicio de obstetricia llegó a su fin y trajo consigo la grata
noticia de nunca mas tener que ver siquiera la cara de la jefe del mismo ni la
del resto de la troupe de conchólogos profesionales que la acompañan. Pero de
lo que no me libré aún es de tener que atender féminas o, en todo caso mirar
mientras las atienden. Y, claro, para que cierre como corresponde, faltaba la
frutilla del postre. Ahora me toca rotar en Ginecología.
Reiteradas veces he hecho entradas acerca de
los ginecólogos. Como son, como piensan y lo que opino de los que me ha tocado
conocer. Y como ya saben, donde hay un ginecólogo yo ya me mal predispongo. No
sé porque, evidentemente lo debería tratar con mi psicólogo, pero no me huelen bien.
Sobretodo los entrados en años, es gente que no me cae.
Con este preconcepto particular que tengo sobre
ellos y viniendo de una experiencia bastante traumática del mes anterior,
atravesé la puerta de gineco de mala gana. Pero tengo que admitir que el
servicio de mi hospital es muy relajado en el trato con los rotantes. Se
respira un aire de tranquilidad que contrasta completamente con la tensión que
se vivía un piso más abajo y que hacía que el aire se cortara con tijera. En
los pases de sala hay mate (hasta el mismo jefe nos seba, cosa que no creo que
se vuelva a repetir nunca en ningún lado de ahora hasta que me jubile), los
médicos se encuentran abiertos a recibir preguntas y explicar y por ende
nosotros a sacarnos todas las dudas que tengamos. En definitiva, se va a
trabajar contento y con buena onda.
Pero como no podía ser de otra manera, siempre
hay “personajes” dignos de ser comentados.
El jefe del servicio es un sesentón canoso y
naturalmente, como todos los jefes, con años de experiencia. Se lo nota un
hombre dedicado con los pacientes y aparenta buena persona; es de esos tipos
que no tienen intención de joder a nadie. Pero hay una característica de su
persona que hace que los pases de sala a su cargo sean muy graciosos, y es su
despiste. En otras palabras, es un viejito copado pero que cuelga.
Jefe: - ¿Le diste el alta a Florez?
R1: - No Doctor, esa paciente ingresó ayer
Jefe : - Pero, ¿No es la del aborto?
R1: - No, esa es Gutierrez. Esta es la del cáncer
de ovario
Jefe: - Ahhh, esta bien. ¿Y como fue la
cirugía? ¿Se recupera bien?
R1: - … es que la vamos a operar mañana
Jefe: - Pero como, no entiendo… ¿No la
operaron ayer?
R1: Hoy venimos lento – No, ayer operamos a
Rojas de un mioma uterino
Jefe: - Ahh, cierto, tenes razón, Rojas.
Bueno… - Se queda pensando
R1: …
Jefe: - ¿Cuál era la del aborto?
Pero también en mi hospital encontré Doctoras
como Torosentado (quizás la recuerden de la entrada GINECOLOGOS, GINECOLOGOS).
Casualmente (o causalmente, nunca lo sabré), las profesionales más amargadas y
conflictivas son siempre mujeres. No conozco el porqué de esta cuestión ni
tampoco tengo nada en contra del género, todo lo contrario, pero es una
observación casi constante. Las peores de todas son las que están cerca de alcanzar su jubilación. De estas, casi ninguna zafa.
Un día tuve la “dicha” de asistir al
consultorio de PAP y colposcopia. Al mismo van tanto pacientes para el
control normal que toda mujer debe hacerse, como otras que son seguidas por
alguna patología en particular.
El consultorio es una habitación con 2 camas
ginecológicas separadas por una mampara cuya función es evitar el contacto
visual entre las dos pacientes que van a ser revisadas simultáneamente (por dos
médicos distintos, por ahora) y de esa manera darles un poco de privacidad. Uno
de los médicos es un residente y el otro es uno ya experimentado que es el que
guía al primero y le aclara las dudas. Por lo que pude observar, la mencionada
mampara es el único detalle que intenta preservar la intimidad de las mismas.
Y es que yo me imagino la situación de estar
acostado con las piernas abiertas y con alguien metiéndome un plástico para
abrirme todavía un poco mas, mirando mis profundidades y obteniendo muestras de
las mismas y realmente no es algo muy lindo que digamos. Por ende, lo que más
querría es que eso se haga en un ambiente que preserve la poca dignidad que a
uno le queda después de este acto médico.
Pero en el hospital esto no ocurre. Una larga
fila de mujeres aguardan ser revisadas y el consultorio funciona como una máquina
de hacer chorizos. La puerta se abre con una frecuencia de no más de 7 minutos
y ya desde el vamos nos recibe una enfermera de 60 años, portando su ambo verde
fluorescente cual empleada pública de Gasalla y pintarrajeada a mas no poder.
Mira a la interminable fila con gesto de desaprobación e invita a pasar a la
siguiente paciente:
-
La que sigueeeeeeeee!!!
Siempre es de la misma manera. Seguido esto,
la paciente ingresa cual vaca al matadero para salir 7 minutos después y dar
lugar a la próxima.
Una vez dentro del consultorio, la misma
enfermera repite mecánicamente una instrucción que viene impartiendo desde hace
como mínimo 40 años:
-
Sacate la bombachita y sentate en
la camilla... y con la colita bien afuera ehhh
Acto seguido y con solo un “hola” de por
medio, la médica que realizará el examen le encaja el espéculo. Todavía no
entiendo como hacen, pero en no más de 5 minutos ven y obtienen todo lo que
necesitan. Eso, sumado a los 2 minutos que tarda la paciente en vestirse y
desvestirse suman los 7 que debe durar el examen.
Cuando por alguna que otra razón el examen se
dilata más de lo debido, la médica más vieja acelera el trámite como sea, como
en la siguiente situación:
Residente de segundo año intentando colocar el
espéculo en una paciente muy pero muy nerviosa. Estaba tan nerviosa y
contracturada que era casi imposible empezar con el examen. Primer intento, rompe
un espéculo de plástico. Segundo intento con cambio de tamaño y también lo
rompe. Naturalmente, la manera de solucionar esta situación es darle a la paciente el tiempo
que necesite para tranquilizarse o hacerla salir del consultorio y llamarla
nuevamente más tarde. La residente, ya un poco inquieta y viéndose la que se le
venía si fallaba una vez más, decide intentar con un espéculo de metal. Justo
en ese momento, asoma por el costado de la mampara separadora la cara de la
conchóloga madura que dice:
-
Mirá que hay muchas pacientes
afuera ehh. A ver si aceleramos un poquito...
Obviamente este comentario puso aún más tensa
a la paciente. Si antes rompía espéculos de plástico yo creo que ahora le
ponías una manzana y sacabas sidra. Resultado, tampoco se pudo con el de metal
y la paciente tuvo que volver otro día.
Y es que muchas veces el paciente se despersonaliza
ante el médico y pasa a ser solo una enfermedad. No se cual es la causa de que esta
situación ocurra, pero lo cierto es que pasa. Entonces escuchamos:
-
¿Ya revisaste a la mama de la cama
4?
-
Che, vos que la viste, ¿Está mejor
el prolapso de cama 7?
-
Preparate que hay un útero en
quirófano para raspar
Y uno se imagina un útero, solito, en el medio
de la camilla esperando ser raspado. No nos acostumbramos a llamar a los
pacientes ni por su nombre ni, aunque sea, por la palabra paciente.
Y no todo se lo van a llevar los médicos, no
no no. Como siempre hay una enfermera que nos saca de quicio. Mientras estan
las dedicadas y que realmente son de una ayuda impresionante, también están las
otras, esas que nacieron para joder. Parece que hicieran horas extras de
hijoputez.
TOTA ronda lo 50 y pico, es rubia (mal teñida,
por supuesto) y muy demostrativa, tanto que ya es bizarra. Camina por los
pasillos de la sala de internación arrastrando el carrito lleno de los suministros
médicos que necesita para sus quehaceres y gritando:
-
Se me corren del pasillo por
favooorrrr
Tota cree que porque trabaja en el hospital
hace 30 años puede hacer lo que quiere. ¿Por qué debería seguir la indicación
de una pendeja de 25 que recién entró hace dos meses? La respuesta, Tota,
es que la pendeja es médica y vos sos enfermera. Y con esto no desmerezco para
nada a las enfermeras. Pero a gente como Tota le cuesta aceptar que gran parte
(o casi todo) su trabajo diario se basa en cumplir las indicaciones médicas. Entonces,
Tota hace lo que se le canta. Si el médico indica un antibiótico por vena y
ella no lo encuentra, se lo da por vía oral y no avisa. Si esta cansada de
sacar sangre y el médico necesita una muestra le dice: ¿Y porqué no se la sacas
vó? Cree que le hace un favor cuando en
realidad solo cumple con su trabajo.
Y por sobre todas las cosas es maleducada. A
esta altura solo queda esperar su jubilación.
En una semanita termino con esto y ya le dejo
de sacar el cuero a los ginecos. Despues, sigue cirugía y ahí, nos vamos a
divertir.
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