Sé que en alguna entrada previa me he
desquitado con nuestros profesionales de la salud mental. Esos profesionales que
intentan acomodarnos las ideas con palabras o pastillas son seres dotados de
una paciencia inigualable. Ya definidos de niños para ser o bien locólogos o
bien profesores de yoga, se destacan del resto de los profesionales de la salud
por la parsimonia que los caracteriza. Esa quietud es su principal rasgo y es fundamental
para llevar a cabo su rutina laboral diaria. Es que el trato con gente loca
exige tranquilidad. Pero ojo, no confundamos tranquilidad con cordura, ¿Quién
dijo que los psiquiatras son gente con
la mente sana? Pero de eso les voy a hablar en un rato, primero lo
primero: hablemos de su forma de ser.
Si tuviéramos que compararlos con una
personalidad antagónica, elegiríamos la del terapista o el emergentólogo. Esa
gente no nació para hablar y solo le interesa pasar a la acción. Para ellos no
hay grises ni puntos intermedios, el tubo endotraqueal está bien colocado o no,
el bicarbonato está bajo o alto, el paciente está o no en falla renal. El 90%
de los enfermos que atienden son incapaces de emitir palabra y eso en algún
punto los alivia. No hay nada que toleren menos que charlar. Por eso el momento
que más aborrecen del día es cuando tienen que dar el comunicado a los
familiares.
Pero remitiéndonos a la forma de ser de un
locólogo, quien lo conoce antes de serlo sabe de lo que le hablo, ya que el
rasgo lo traen de antemano. Podemos identificar dos grandes subgrupos dentro de
la especialidad. El primero, al que llamaremos subtipo 1, y que representa
aproximadamente el 95% de la masa psiquiatril, es un subgrupo “pasivo-sosegado”.
Son profesionales que se caracterizan por una parsimonia inquietante. Sin
importar a lo que se enfrenten, todo lo toman con calma y nada los alborota.
Algunos más amantes de la palabra, otros más amantes de las pastis pero todos
con el reposo emocional que los define. El otro subgrupo, el tipo 2, que
representa el 5% restante, es el de los “activos-inquietos”. Estos, en cambio,
no median palabra y les encanta planchar al paciente. Son los mejores para
tratar intentos de suicido y otros episodios agudos, pero odian a quien está
internado. Son “terapistas” frustrados, tienen su personalidad pero nunca
entendieron medio interno.
Como es de esperar se complementan y lo ideal
es tener a ambos en un mismo servicio. Imagínense un subtipo 1 abordando a un
paciente con una sobredosis de cocaína y completamente excitado:
Paciente: -Ehhh
loco, sacame de acá, te voy a matar hijo de putaaaaa!
Psiquiatra: -Estas
fuera de tus límites y así no te puedo ayudar. Por favor, tranquilízate así
podemos abordar tu problema de manera eficaz y nos beneficiamos los dos, ¿Te parece?
Pero una de las cosas que más me saca de
quicio es su lentitud. Para conversar con un psiquiatra hay que tener mucha
paciencia y un muy buen oído. Y no lo
digo en sentido figurado, sino en sentido orgánico, hablan tan bajito que si venís
de tener auriculares puestos cagaste porque no los escuchas. Crean un ambiente
de quietud y tiene una capacidad somnífera digna de admiración. Y dejan baches.
Baches que son irremontables e incomodan a cualquiera. En esos baches su
complicada mente elabora las ideas próximas a transmitir que, evitando el
camino más corto y directo, dan toda la vuelta, van y vienen y 30 minutos después
alcanzan el punto. Un psiquiatra hace lo simple complicado y confunde al simple
mortal que intenta comprender la idea que quieren transmitirnos.
Cuando se hacen viejos empeoran y deterioran a
los más jóvenes. Es de esperar, ya que los más viejos son los jefes. Adquieren
y suman a lo descripto anteriormente la característica de alternar temas
completamente disímiles entre sí y sin ningún sentido. Para ejemplificarles lo
que les cuento, voy a usar como modelo a la jefa del servicio de psiquiatría de
un hospital bonaerense:
-
Y el que es violento es enfermo,
es psicótico. Así como la que se deja violentar, es enferma, es psicótica. Una
vez, atendí a una enferma que logró escapar del círculo de la violencia, pero
retornó al tiempo y encontró la muerte. ¿Qué mierda fue a buscar? ¿¡Qué mierda
fue a buscar!? Fue a buscar la locura, el origen de su enfermedad. Igual que en
una dictadura.
Y con el tiempo, se olvidan de las cosas:
-
Chicos, en un rato vamos a ir a
ver juntos un paciente
-
Bueno
(Pasan 10 minutos)
-
Nos vemos mañana chicos.
-
Bueno
Nuestra respuesta siempre la misma e
inmutable, por miedo a desencadenar alguna reacción inesperada en la psiquiatra
jerarca.
Siendo como son, nos ayudan a sobrellevar los
momentos más duros de nuestra vida personal. ¡Por las dudas nunca cambien!