domingo, 28 de abril de 2013

MARCHE UN CLONAZEPAM


Sé que en alguna entrada previa me he desquitado con nuestros profesionales de la salud mental. Esos profesionales que intentan acomodarnos las ideas con palabras o pastillas son seres dotados de una paciencia inigualable. Ya definidos de niños para ser o bien locólogos o bien profesores de yoga, se destacan del resto de los profesionales de la salud por la parsimonia que los caracteriza. Esa quietud es su principal rasgo y es fundamental para llevar a cabo su rutina laboral diaria. Es que el trato con gente loca exige tranquilidad. Pero ojo, no confundamos tranquilidad con cordura, ¿Quién dijo que los psiquiatras son gente con  la mente sana? Pero de eso les voy a hablar en un rato, primero lo primero: hablemos de su forma de ser.

Si tuviéramos que compararlos con una personalidad antagónica, elegiríamos la del terapista o el emergentólogo. Esa gente no nació para hablar y solo le interesa pasar a la acción. Para ellos no hay grises ni puntos intermedios, el tubo endotraqueal está bien colocado o no, el bicarbonato está bajo o alto, el paciente está o no en falla renal. El 90% de los enfermos que atienden son incapaces de emitir palabra y eso en algún punto los alivia. No hay nada que toleren menos que charlar. Por eso el momento que más aborrecen del día es cuando tienen que dar el comunicado a los familiares.

Pero remitiéndonos a la forma de ser de un locólogo, quien lo conoce antes de serlo sabe de lo que le hablo, ya que el rasgo lo traen de antemano. Podemos identificar dos grandes subgrupos dentro de la especialidad. El primero, al que llamaremos subtipo 1, y que representa aproximadamente el 95% de la masa psiquiatril, es un subgrupo “pasivo-sosegado”. Son profesionales que se caracterizan por una parsimonia inquietante. Sin importar a lo que se enfrenten, todo lo toman con calma y nada los alborota. Algunos más amantes de la palabra, otros más amantes de las pastis pero todos con el reposo emocional que los define. El otro subgrupo, el tipo 2, que representa el 5% restante, es el de los “activos-inquietos”. Estos, en cambio, no median palabra y les encanta planchar al paciente. Son los mejores para tratar intentos de suicido y otros episodios agudos, pero odian a quien está internado. Son “terapistas” frustrados, tienen su personalidad pero nunca entendieron medio interno.

Como es de esperar se complementan y lo ideal es tener a ambos en un mismo servicio. Imagínense un subtipo 1 abordando a un paciente con una sobredosis de cocaína y completamente excitado:

Paciente: -Ehhh loco, sacame de acá, te voy a matar hijo de putaaaaa!
Psiquiatra: -Estas fuera de tus límites y así no te puedo ayudar. Por favor, tranquilízate así podemos abordar tu problema de manera eficaz y nos beneficiamos los dos,  ¿Te parece?


Pero una de las cosas que más me saca de quicio es su lentitud. Para conversar con un psiquiatra hay que tener mucha paciencia y un muy buen oído. Y  no lo digo en sentido figurado, sino en sentido orgánico, hablan tan bajito que si venís de tener auriculares puestos cagaste porque no los escuchas. Crean un ambiente de quietud y tiene una capacidad somnífera digna de admiración. Y dejan baches. Baches que son irremontables e incomodan a cualquiera. En esos baches su complicada mente elabora las ideas próximas a transmitir que, evitando el camino más corto y directo, dan toda la vuelta, van y vienen y 30 minutos después alcanzan el punto. Un psiquiatra hace lo simple complicado y confunde al simple mortal que intenta comprender la idea que quieren transmitirnos.

Cuando se hacen viejos empeoran y deterioran a los más jóvenes. Es de esperar, ya que los más viejos son los jefes. Adquieren y suman a lo descripto anteriormente la característica de alternar temas completamente disímiles entre sí y sin ningún sentido. Para ejemplificarles lo que les cuento, voy a usar como modelo a la jefa del servicio de psiquiatría de un hospital bonaerense:

-          Y el que es violento es enfermo, es psicótico. Así como la que se deja violentar, es enferma, es psicótica. Una vez, atendí a una enferma que logró escapar del círculo de la violencia, pero retornó al tiempo y encontró la muerte. ¿Qué mierda fue a buscar? ¿¡Qué mierda fue a buscar!? Fue a buscar la locura, el origen de su enfermedad. Igual que en una dictadura.

Y con el tiempo, se olvidan de las cosas:

-          Chicos, en un rato vamos a ir a ver juntos un  paciente
-          Bueno

(Pasan 10 minutos)

-          Nos vemos mañana chicos.
-          Bueno

Nuestra respuesta siempre la misma e inmutable, por miedo a desencadenar alguna reacción inesperada en la psiquiatra jerarca.

Siendo como son, nos ayudan a sobrellevar los momentos más duros de nuestra vida personal. ¡Por las dudas nunca cambien!

Y SE TERMINA LA CARRERA...


Ya hace tiempo que no comparto nada con ustedes en el Blog. Admito que anduve medio desaparecido. Es que la libido por la escritura se activa por períodos y las ganas de escribir van y vienen.
Pero la verdadera razón que me mantuvo alejado de escribir este libro cibernético de vivencias fue la que les voy a contar en esta ocasión. Resulta que me embarqué en una de las aventuras más grandes de mi vida. Una de esas aventuras llena de misterios, desencuentros, alegrías y tristezas. Les adelanto que ni hice un viaje soñado ni tampoco conocí al amor de mi vida, nada más y nada menos comencé a tramitar mi título.

Ahora les pido que se abstraigan y se transporten imaginándose el peor trámite que alguna vez hayan tenido que hacer. Imagínense horas de cola en un banco, gritos a una empleada de ANSES, largas esperas en la línea de personal escuchando su música y aguardando una voz humana que los atienda. Ahora, para que se den una idea de lo que es tramitar el título de médico en la Universidad de Buenos Aires, multipliquen esa sensación por 100.

Pero si les voy a contar, se los voy a contar bien, asique empiezo desde el principio. Todo comenzó unos meses atrás cuando aún estaba viviendo en el limbo del IAR. Ya a partir de ese momento, uno tiene que comenzar a reunir la documentación necesaria para iniciar el largo y tedioso camino que finalmente te convierte en galeno. Y una primera premisa que tenemos que conocer de la UBA es la siguiente: Le gusta ser reiterativa. Nunca jamás subestimen una documentación ni piensen que nunca más puede ser solicitada. El hecho que ya hayamos entregado un papel hace 5 o 6 años, no implica que el mismo no pueda sernos requerido nuevamente.

La segunda premisa es: Toda documentación debe estar legalizada por el departamento de legalizaciones de la UBA. Suena lógico, la universidad debe asegurarse que los mismos no han sido falsificados. Así que ya les digo, todo lo pasan por Uriburu (como se encuentra sobre esa calle, así lo llamamos nosotros). Analítico del secundario… a Uriburu, certificado del CBC… a Uriburu, certificado de título en trámite… a Uriburu, espermograma... a Uriburu.
Lo primero que hacemos es acercar toda la documentación a la facultad para que empiece a ser chequeada. La universidad realiza en forma periódica censos internos para evaluar la cantidad de docentes y alumnos. Y acá viene la tercera premisa: NUNCA SE OLVIDEN DE PRESENTAR UN CENSO. Censo general, censo del IAR, censo de rematriculación, llévenlos todos SIEMPRE. Si sumamos la premisa 1 y la premisa 3, nos daremos cuenta que nos serán requeridos un mínimo de 3 o 4 veces, asique imprimimos varios de una vez y nos ahorramos futuros dolores de cabeza.

Pasan varios meses y llega el momento de rendir nuestro examen final: el examen del IAR. Nos reunimos todos en el aula magna de la facultad, listos para rendir el último choice de la carrera y pisarla por última vez como alumnos. Lo rendimos, lo aprobamos y somos felices, al menos por unos días. El fervor de la felicidad se interrumpirá una semana después, cuando ya estemos listos para obtener nuestro certificado de título en trámite. Ese papelucho es el que nos va a servir para inscribirnos en los exámenes de residencia que, si todo sale como lo esperado, nos proporcionaran una fuente de trabajo los próximos 4 o 5 años y nos darán la especialidad a la cual nos dedicaremos durante el resto de nuestras vidas. Todo eso se resume en ese papel… ese papel define el destino de nuestro próximo lustro. Todo debe hacerse rápido y sin contratiempos, el tiempo nos corre de cerca y sabemos que si tenemos viento a favor el diploma estará listo en 2 meses y medio, bien cerquita del momento de ingreso a las residencias, para las cuales necesitaremos naturalmente estar matriculados.

Llega el día, 500 personas en el interior del edificio de Paraguay 2155, sede de la facultad de Medicina, esperando. Esperar, es lo que haremos durante todo ese día. Esperar a que abra una ventanilla y luego la siguiente. Solicitar un comprobante que nos habilite a sellar otro, el cual nos permita pagar un tercero, para presentar un cuarto, que nos dará el quinto y así sucesivamente. Hordas de personas desplazándose en masa, todos haciendo lo mismo. No importa si no sabes los pasos, que de por sí muy complicados son, basta solo con seguir a la masa humana. Ellos te guiarán a conseguir ese papel que representa el comienzo de tu vida médica.

Finalmente, llega la última hora y ya tenes en tu poder el enésimo comprobante que es el que te permitirá obtener el preciado certificado de título en trámite. La masa se hace más grande. La masa se agolpa y espera. Se abre una puerta y sale de ella una empleada pública gritando, “Entreguen la documentacióooooooon”. En el intento en vano de atravesar la multitud, el esfuerzo se agota y se opta por lo más sencillo pero a la vez más arriesgado: pasarle tus documentos al de al lado para que ese haga lo haga con el siguiente y asi sucesivamente, y verlo alejarse de manera irreversible. Y es en ese momento que se te paraliza el corazón y una gota fría te recorre las sienes, viendo a tu documento y al enésimo comprobante sobrevolar una inmensidad de manos perdiéndose en el horizonte. Si se pierde, si se cae, si se estruja ¿Qué puede ocurrir? Mejor es no saberlo. Pobre al cristiano que eso le ocurra.

Transcurridos unos 30 minutos, la misma voz calla a la masa de un grito y comienza a enunciar nombres. Esos nombres son los de los afortunados que momentos después tendrán en sus manos su certificado. Como es de esperar, el mismo recorre en sentido inverso las manos de esa multitud para llegar a las propias y dibujarnos una sonrisa que nos quedará grabada por el resto del día. Eso significa dos cosas, la documentación que entregué no se perdió y tengo un certificado que dice que mi título está próximo a ser “fabricado”. Gritos de alegría y abrazos en ese momento cúlmine del día. Por supuesto que no termina ahí y siguiendo la premisa número 2 hay que ir a legalizarlo a Uriburu. Pero ya, la felicidad, no nos la quita nadie.